Sentimos las molestias o los viejos rockeros nunca mueren

He de reconocer que no me gusto para nada la noticia de la cancelación de la serie Vergüenza. Los directores Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, hicieron que las meteduras de pata, los malentendidos, las apariencias y esa hombría tan desmesurada. Mostrasen al ser humano, como un ser débil que va a cuesta con su propio ego. Javier Gutiérrez y Malena Alterio hacen de la perfecta pareja, dónde nada encuadra, siempre se sirve las formalidades del mismo modo y, sobre todo. Saben repartirse muy bien cuando tiene que meter la pata, tanto el uno como el otro. 

Para mí, Sentimos las molestias puede ser una alusión, a los que claramente nos sentimos dañados por esta decisión, pero que dan a demostrar que su empaque artístico no se queda en ese fin. Sino que, si quieres desgarro y mala hostia, tienes una nueva serie dónde la prehistoria y la modernidad van agarradas de una misma mano. Sentimos las molestias, además de ser la vuelta por lo grande del veterano actor Antonio Resines, muestra como la verdadera amistad pervive ante cualquier cambio social. Aunque estos dos sean considerados como dos prehistóricos dentro de un nivel cultural en total decadencia. Dando a demostrar que los viejos rockeros, nunca mueren.



Reza el dicho de que: No todo el que te llene de mierda es tu enemigo, ni el que te llene de rosas es tu amigo.  Rafael Müller (Antonio Resines) y Rafael Jiménez (Miguel Rellán) que tras años de tratarse en lo humano. Se han acostumbrado a formar una foto, en la que se muestran como los amantes de Teruel, pero sin pasión ni romanticismos de por medio. Más bien son dos amigos que se han visto fuera de una sociedad, donde lo más cool es lo más snob, y lo más snob va a cuestas con lo que se lleva hoy en día.

Si eres un degustador descomunal de series, estoy seguro que Sentimos las molestias te lleve a El método Kominsky. Michael Douglas y Alan Arkin, como Sandy y Norman. Un actor y profesor de interpretación, y su agente llevan una vida entera unidos a pesar de todas sus diferencias y dificultades. Haciendo que los dos sean amigos a las bravas. Es decir, lo que más les separa, es lo que más les une en el fondo. En esta ocasión recogen trazos de la relación de los dos actores norteamericanos, pero con una visión mucho más personal. Recogen la esencia, pero no las actitudes. De aquí, también he de reconocer que en un principio me dio bastante reparo el ver esta nueva visión. Por la cual he de decir que la aconsejo totalmente. Quedando muy escasa en lo que se refiere a los números de capítulos. 

Sentimos las molestias va de cómo es el mundo en realidad y cómo se llega a interpretar a través de cada personaje. De cómo aquello que no cuidas, se pudre y acaba marchitando. Cómo nada está escrito y en momentos nos tenemos que parar para poder comprender, que uno no es el estómago del mundo. Algo así como: Antes de juzgarme, ponte mis zapatas, pero claro está, quítate antes los tuyos.  Todo esto nos lo cuenta ante las experiencias de un aclamado director de orquesta, el cual sus propios méritos le sobresaltan a la fama, meritoria o no, y su amigo, un viejo rockero del cual ya no le quedan más que las ganas de seguir dando caña, en una sociedad que no le comprende, o, mejor dicho. No le compran más sus virtudes artísticas.


Nota: 7'5/10.

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